La salvación de Yves

© Yves Saint Laurent en Place Djemaa El Fna.

Esta es una de esas historias que tanto nos gusta contar. Todo ser humano necesita un lugar donde volver, para así poder desconectar del mundo real. Yves Saint Laurent lo consiguió en Marrakech, una ciudad mágica con aroma a tierra mojada, semillas de anís, menta, limón y jazmín.

Todo ser humano siempre quiere volver a casa. Por eso duelen tanto las despedidas. Yves se entregó en cuerpo y alma a esta ciudad, y ella le dio sus mejores colecciones, los mejores veranos y las anécdotas más ansiadas por los curiosos.

Todo comenzó un día de febrero de 1966. Este célebre diseñador viajaba al hotel La Mamounia con la que era y será su alma gemela: Pierre Bergé. El coutouriersiempre fue un genio perturbado que nunca consiguió ser feliz por la propia ansiedad que le producía el simple hecho de vivir.

“Para Yves, aquella ciudad significaba un refugio creativo en el que se encerraba dos veces al año para trabajar sus futuras colecciones”

Ambos se alojaron en el hotel con la intención de evadirse de la realidad; pero la madre tierra hizo de las suyas. Llovió durante seis largos días, lo que provocó desesperación entre aquellos que escapaban como fugitivos del gélido invierno parisino. Y justo cuando habían decidido volver, salió el sol. Bergé escribió en su diario: “Por la mañana nos despertamos y el sol brillaba. (…) Aquella mañana nunca la olvidamos porque, en cierta manera, decidió nuestro destino”.

Y en efecto, aquel día marcó su destino. Regresaron a París con su primera residencia marroquí, Dar el Hanch, que significa “la casa de la serpiente”. Para Yves, aquella ciudad significaba un refugio creativo en el que se encerraba dos veces al año para trabajar sus futuras colecciones. Si se sentía perdido o si la inspiración lo abandonaba, lo veían paseando, perdido y embriagado por los laberintos de calles que condecoraban la Medina.

© El diseñador Yves Saint Laurent en los Jardines Majollerelle.

Le encantaba ser testigo del talento de los acróbatas, de los músicos de la tradición gwana, así como de los encantadores de serpientes que poblaban el zoco de Yamma el Fna. Todo aquel exotismo alejado de la austeridad de París lo enamoró como el romance de un amor imposible.

Tras vender su primera casa en la Medina, la pareja adquirió Dar es Saada,en el barrio de Guéliz. Un lugar interesante para visitar si se es fanático de las residencias art decóy del vanguardismo de los pequeños talleres de los 80’s. Seis años más tarde llegaría la adquisición del Jardín Majorelle. Al enterarse de que estaba amenazada por los especuladores de la zona, la pareja no dudó en convertirla en su nueva residencia de verano.

Las visitas constituían una de las mejores partes. Al diseñador le apasionaba ejercer de anfitrión. Era muy amable y servicial con sus invitados, aunque también era muy exigente a la hora de escoger a las personas de su alrededor. Algunos de los más frecuentes eran Loulou de La Falaise, Andy Warhol o Mick Jagger. Aquellas visitas se convertían en largas tertulias con talento a raudales. Té y soluciones para un mundo de locos, acompasados de drogas y mucho alcohol.

“La infelicidad de coutourierlo llevaba a beber, consumir, trasnochar y a buscar algo que llenara aquel vacío emocional que sentía”

La infelicidad de coutourierlo llevaba a beber, consumir, trasnochar y a buscar algo que llenara aquel vacío emocional que sentía. Bergé no podía hacer nada. Simplemente impedir que hundiera el imperio que ambos habían construido. “Yves puso el talento; Pierre, la inteligencia. Así consiguieron la adhesión de miles de mujeres impacientes por ser libres”.

Un imperio, una historia y la concesión del poder a las mujeres. Ese es el legado que nos deja Saint Laurent. Hay quien alega que la felicidad no existe, y sea cierto o no, a Yves no le hizo falta ser feliz para hacer algo grande.

Marrakech fue su oasis. Marrakech fue su salvación. 

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